jueves, 23 de septiembre de 2021


Querido Cale Fernandez, ahora estarás encontrandote con muchos viejos compañeros de cordada, asi que no quiero interrumpirte mucho, pero queria despedirme y agradecerte. Imagine un dibujito como de Quino, con vos chiquitito escalando una nube enorme, pero no se dibujar...asi que busque fotos tuyas con pelo, no fue facil, espero lo sepas apreciar. Gracias por enseñarme el amor por las montañas, nos vemos allá.

"...Cuando los Andes quedaron bien explorados y cuando la técnica de las travesías estuvo perfectamente a punto, Mermoz confió aquel trayecto a su compañero Guillaumet y se dispuso a explorar la noche.

El alumbrado de nuestras escalas no se hallaba aún organizado. En los campos de aterrizaje, completamente de noche, Mermoz aterrizaba con la débil iluminación de tres fogatas de gasolina.

Mas él se las compuso a su modo y abrió la ruta.

Y así cuando la noche estuvo bien amaestrada, Mermoz ensayó el océano. En 1931, el correo fue transportado por primera vez en cuatro días desde Toulouse a Buenos Aires. Al regreso, Mermoz sufrió una avería en el depósito del aceite. La cosa ocurrió en el centro del Atlántico Sur, con una marejada muy fuerte. Un barco le salvó a él, a su correo y a su tripulación.

Así Mermoz desmalezó las arenas, la montaña, la noche y el mar. Cayó más de una vez en las arenas, en la montaña, en la noche y en el mar. Sin embargo, cuando regresaba, era siempre para volver a partir.

Finalmente, después de doce años de trabajos, mientras sobrevolaba una vez más el Atlántico Sur, señaló, por medio de un breve mensaje, que fallaba el motor derecho de su aparato.

Después, se hizo el silencio.

La cosa no parecía demasiado inquietante. Sin embargo, después de diez minutos sin recibir nuevas noticias, todos los puestos de radio de la línea, desde París hasta Buenos Aires, comenzaron a mostrarse angustiados. Porque, si diez minutos de retraso no significan casi nada en la vida corriente, en la aviación postal adquieren un tremendo significado. En el corazón de ese tiempo muerto se halla encerrado un acontecimiento aún desconocido que, insignificante o desgraciado, ya ha sucedido. El destino ha pronunciado su sentencia y esa sentencia es irrevocable. Una mano de hierro ha conducido ya a un aparato hacia el amerizaje o hacia la catástrofe, pero el veredicto no ha sido comunicado aún a los que esperan.

¿Quién de entre nosotros desconoce esas esperanzas que se tornan cada vez más frágiles, ese silencio que empeora de minuto en minuto como una enfermedad fatal? Esperamos. Pero van pasando las horas y, poco a poco se hace tarde. Al fin tuvimos que convencernos de que nuestros compañeros ya no regresarían, que descansaban para siempre en aquel Atlántico Sur, cuyo cielo habían arado tantas veces. Mermoz, decididamente, se había atrincherado detrás de su obra, semejante al segador que, después de haber sujetado bien su gavilla, se acuesta a reposar en su campo.

Cuando un compañero muere así, su muerte se parece a un acto más de servicio y, al principio, causa quizá menos dolor que otra clase de muerte. Cierto es que se ha alejado, que ha sufrido su último cambio de escala, pero su presencia no nos falta aún con tanta intensidad como podía faltarnos el pan.

Estamos, en efecto, acostumbrados a esperar durante mucho tiempo los encuentros. Porque los compañeros de línea se encuentran dispersos por el mundo, aislados como los centinelas que casi no se hablan. Es necesario el azar de los viajes para que, en algún lugar, se reúnan los miembros de la gran familia profesional. Alguna noche, alrededor de una mesa, en Casablanca, en Dakar o en Buenos Aires, después de años de silencio, se reanudan aquellas conversaciones interrumpidas y se renuevan los viejos recuerdos. Después, se vuelve a partir. De esta forma, la tierra, es, a la vez desierta y rica. Rica en esos jardines secretos, escondidos, difíciles de alcanzar, mas a los cuales nuestro oficio nos conduce siempre, un día u otro. Acaso la vida nos aparta de los compañeros, nos impide pensar mucho en ellos. Sin embargo, sabemos que se encuentran en algún lugar, un lugar ignorado, más o menos silenciosos y olvidados, ¡pero tan fieles! Y si nos cruzamos en su camino, nos sacuden por los hombros con demostraciones cálidas de alegría. Nos hemos acostumbrado a esperar, claro…

No obstante, poco a poco, descubrimos que no volveremos a oír nunca la risa clara de aquél, comprendemos que este jardín se nos ha cerrado para siempre. Entonces, comienza nuestro verdadero dolor, que no llega a la desesperación, pero sí a la amargura.

En efecto, nada ni nadie podrá remplazar jamás al camarada perdido. Los viejos camaradas no se crean. Nada vale tanto como el tesoro de los recuerdos comunes, de tantas horas vividas juntos, de tantos enfados, de tantas reconciliaciones, de los movimientos del corazón. Esas amistades no se reconstruyen. Si se planta un roble, es inútil esperar cobijarse pronto bajo sus ramas.

Así transcurre la vida. Primero nos enriquecemos, después plantamos durante años. Pero vienen los años en que el tiempo deshace aquel trabajo y el bosque se aclara. Los compañeros, uno a uno, nos retiran su sombra. Y a nuestra tristeza se mezcla, en adelante, el íntimo pesar de envejecer.

Tal es la moral que Mermoz y otros como él nos enseñaron. Quizá la grandeza de un oficio consista, más que nada, en unir a los hombres. Sólo existe un lujo verdadero, y es el de las relaciones humanas.

Trabajando únicamente por conseguir bienes materiales, no hacemos sino construirnos nuestra propia prisión. Nos encerramos a solas con nuestra provisión de ceniza que no nos proporciona nada que merezca ser vivido.

Si busco entre mis recuerdos los que me han dejado un sabor duradero, si hago balance de las horas que han valido la pena, siempre me encuentro con aquéllas que no me procuraron ninguna fortuna. No se puede comprar la amistad de un Mermoz, un compañero a quien las pruebas superadas juntos han ligado a nosotros para siempre.

No se puede comprar aquella noche de vuelo con sus cien mil estrellas, aquella serenidad





sábado, 11 de septiembre de 2021


actinote pellenea, perezosa comun. es una mariposa hermosa hermosa, y sus orugas se ocupan de podarme la Chilca, y evitan que lo tenga que hacer yo, que le escapo al trabajo todo lo que puedo.
Luego de que las orugas pelan totalmente una rama de sus hojas viejas, la planta vuelve a brotar con fuerza primaveral. las orugas pastorean en grupo. Mientras todas comen una rama, otra rama se recupera. PLANTA: chilca de olor o Mariposera - Austroeupatorium inulifolium. MARIPOSA: actinote pellenea, perezosa comun.
- Le dicen " Mariposera " a la planta, porque cuando florece se llena se llena de mariposas que vienen a alimentarse de las flores. pero se llena eh. la planta no necesita cuidados, porque es Nativa.
- (La foto de las orugas es de casa, la mariposa adulta la saqué de interné ).
- no, no es urticante la oruga, parece, no? pero no hace nada.



PLANTA: chilca de olor o Mariposera Austroeupatorium inulifolium

Mariposa: actinote pellenea, perezosa comun. 



 

flor de cebolla